Por Ingrid Chalita Moreno.
Miami, FL. Noviembre 06, 2013.– Al principio, me aburría un mundo que me obligaran a leer hasta que descubrí, siendo adolescente, lo que irritaba a los demás pedirme que dejara el “bendito libro ése”. Ya adulta, la lectura ha tomado otras connotaciones y todo gracias a mi hija, mi Niña de Chocolate.
En la época en que a ella le tocó aprender a reconocer las letras, comenzó mi pesadilla. Es difícil para una adicta a la lectura reconocer que esta actividad no es una de las habilidades de su hija.
Manu llegó, con mucha dificultad a aprenderse las letras, en inglés. Hablaba un fluido inglés sureño (ya para ese entonces vivíamos en las Carolinas) y un español con un delicioso acento cubano. Pero por muchos años, no fue capaz de descodificar cuál sonido podían hacer dos o más letras juntas.
Todo ese tiempo fue una agonía. Pasamos de problemas endocrinos a diagnósticos de dislexia. Llegamos a renunciar hablar español en casa, pensando que era una barrera que le imponía la dualidad de idiomas. Ella se angustiaba mucho porque llegó a ser objeto de burla de sus compañeros.
Hasta que un día, mi Papá me dijo por teléfono “Deja de inventar. Busca que la evalúen en ambos idiomas y de forma integral médicos y psicólogos, que celebren clínica y veras obtendrás respuestas” (Papá siempre ha sido en mi vida el equivalente al “Libro Gordo de Petete”).
Por supuesto, más acertado imposible. En Venezuela la diagnosticaron como una niña con síndrome de deficiencia de atención y recomendaron que la medicáramos e iniciáramos un proceso de reforzamiento de su ya tan golpeada autoestima. Con sólo 7 años y tenía problemas de autoestima, mi niña bella, perfecta, de ojos y cabellos de chocolate, tez blanca como la nieve y una dulzura que sólo quien la conoce sabe de lo que hablo.
Manuela, para esa época era una “day dreamer” o soñadora de día y ese recurso la ayudaba a evadir su terror a ese ejército de letras que se le paraba enfrente todas y cada una de sus mañanas.
Ingrid Chalita
relatosdeunamadre@gmail.com
Ese diagnóstico, fue el inicio de mi nuevo romance con la lectura. La búsqueda de que mi Bella se diera cuenta que se puede volar sobre las letras- buscando y buscando- encontré que el estado de Virginia había un grupo de test que permitían evaluar al niño bilingüe y así descartar si lo que tenía era una deficiencia en el aprendizaje del idioma o un problema en el normal desarrollo del aprendizaje, todo esto dentro del sistema escolar.
El programa fue desarrollado e implementado por unas investigadoras en la Universidad de Virginia. Se llama Pals (Phonological Awareness Literacy Screening) y hoy en día estoy trabajando para ellos.
Esta ha sido una de las experiencias laborales más enriquecedoras de mi vida, porque trabajar para ayudar a un niño para que abra esa puerta maravillosa que se llama lectura, es asegurarle una visión de vida amplia, es apostar por su futuro, por sus sueños.
Hoy en día nuestra Niña de Chocolate, ama la lectura y la comprende. Los momentos que le dedica le regalan un espacio sólo para ella, donde sumergirse y perderse en sus historias le permite interactuar de forma más fluida con el mundo que la rodea.
Manu lee al ritmo de su clase y yo la ví vencer sus temores. Por lo que me propuse ayudar a niños que como ella, le tienen terror a enfrentarse con las letras, sin saber que ellas, cuando juegan, son un pasaporte seguro a un mundo de sueños y aventuras, que formarán parte de su ser, su saber y de su riqueza humana.
Ayuda a leer a tus hijos. ¡Hazlo, ya!.
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